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El escritor Richard Bach definió la razón para ver determinado tipo de películas según nuestras propias actitudes, y es que la magnitud de sus palabras escapa a lo que simplemente creemos, trasciende a lo que somos y se enquista en alguna parte de nuestro ser como si fuera una propia extensión del alma.
El cine salva vidas, el cine construye una realidad, el cine hace existir lo que antes no lo hacía, destruye la monotonía y nos transporta por un lapso limitado a otros tiempos y lugares sin movernos de nuestra cómoda butaca o sofá.
Existe un abismo entre las cosas y su significado, al estilo de esas ilusiones ópticas tan controvertidas entre las mismas personas. Son los objetos y las sensaciones, los contextos y el minuto en que se están dando lo que delimita, finalmente, el real significado de algo.
Hablamos de café precisamente porque todo lo que se llama vida, comienza después de uno. Esa taza atemporal, el elíxir existencial que afianza el inicio de cada tarea.
Bebemos café por distintos motivos, aunque con certeza, el principal es para permanecer despiertos. Recordemos por un segundo la película “El Maquinista”, dirigida por Brad Anderson y protagonizada por un famélico Christian Bale en la piel del insomne y paranoico Trevor Reznik, que viaja por las noches al aeropuerto solo para beber un café. ¿Realmente es eso lo que busca? La opción que se plantea como “Por si me dan ganas de escapar” es tentadora, no obstante, valdría la pena considerar que de los pocos contactos puros que Reznik mantiene está precisamente allí, se trata de Marie, la camarera que inclina el jarrón y pone más brebaje en la taza de Trevor mientras recoge una generosa propina de veinte dólares. Similar al tétrico juego del ahorcado que misteriosamente aparece en su nevera; no se trata del objeto, sino de lo que implica.
También podríamos pensar en el tenaz Sargento Sykes en Jarhead, cuando bajo una copiosa lluvia en medio del desierto, mirando cómo los marines apilan sacos, se levanta con café en mano y les asigna el puesto cubriendo la retaguardia en un enfrentamiento que jamás llega, es eso lo que marca el inicio de la guerra personal en Swofford, nuestro protagonista.
No siempre se trata de iniciar algo, muchas veces también, es un café para terminarlo. Ciertamente debe ser un honor beber un café recién hecho por Tarantino, con “mucha crema, mucha azúcar”, por eso, PulpFiction merece un lugar en esta recopilación, ya que asesorar a Jules y a Vincent mientras limpian los pedacitos de cráneo del desgraciado Marvin, no sería lo mismo sin un café.
De la misma forma, se desliza “En la Boca del Miedo”, así es señores, el fin del mundo comienza con un hacha y un café, en el momento exacto en que John es atacado mientras sorbe el líquido y sella el trato para investigar al excéntrico SutterCane.
¿Acaso alguien puede aguantar el trabajo sin un café? Lo dudo, sobre todo en ReservoirDogs. Un grupo de hombres bien vestidos se sientan en una cafetería y se refieren entre sí con nombres de colores. A punto de “trabajar” en el negocio de las joyas, se extiende la discusión sobre la filosofía de las propinas, el servicio y el sexo oral.
Las explicaciones sobran en la vida, excepto para tomar café, y es que lo mencionamos, todo empieza después de uno, esto se escribe y se lee con un café en la mano. Y así como en las películas, toda gran historia tiene algo de cafeína.
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