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En cierta oportunidad, al escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet, en entrevista con El Mercurio se le preguntó por cuánto cine había en sus libros y cuánto libro había en su cine; la respuesta es tajante pero certera: “Mucho y mucho. Esa es la idea.”
Es innegable, de alguna forma, la correlación entre el cine y los libros, aunque ciertamente deben juzgarse en forma separada.
El cine como tal es una forma más de contar historias y de ahí su fuerte apego a los demás formatos narrativos. Lo interesante está en lo que sale de la mente del autor.
Existe una infinidad de libros que se convierten en películas, rara vez ocurre al revés, pero si de contar historias se trata, las películas pasan a ser parte de grandes libros. Yendo incluso más lejos, las historias de las películas pasan a la vida real y se convierten en las protagonistas de las memorias en personas de carne y hueso.
Pensar en la literatura a través del cine no es algo con mucha ciencia de por medio. Tenemos escuetas recopilaciones, como es el caso del libro Citas de Cine, escrito por la periodista Lídice Varas, que hábilmente lo ha editado para que cada hoja luzca como el guion de una película; se cuela también la pluma del reconocido escritor estadounidense Stephen King, quizás el autor con más adaptaciones a la gran pantalla en el ámbito del terror, cuando presenta “Danza Macabra”, escrito que ha denominado como un “ensayo informal”, y que a fin de cuentas, no es más que la apasionante vivisección del cine de terror en la naturaleza humana y la historia universal, que acaba por entremezclarse con su niñez.
Sin embargo, pienso que hay que ir más allá en este aspecto, y llegar, finalmente, a la encrucijada donde los sentimientos juegan con el pasado, y reflexionar, y creer que realmente existe un reflejo de ti en la pantalla.
Es imposible leer Tracking de Gonzalo Frías y no sentir que el corazón se te está trizando desde la primera página cuando el escritor recoge la analogía de LoisLane en Superman para referirse a su mamá. Todo mientras habla sobre parchar un VHS dañado y poner una curita sobre el cáncer al mismo tiempo que mira la homónima cinta y menciona susurrar “Mamá, ¿Estás ahí?”
Están también los libros como Tinta Roja, escrito por Fuguet, que recuerdan un cinematográfico descenso al bajo mundo de la capital. Son esa clase de prosa que te devuelve al punto de partida y te preguntas cuánto es cierto, cuánto es película y cuánto es pura ficción.
Ignacio Kokaly
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